Lo que viene
siendo que S. ha vuelto. La S de silencio bibliotecario, de silla bien puesta o
de sensible hasta decir basta. La S. bibliotekaria, profesora y la S. mujer. La
del moño, la gafapasta. La misma que hoy se estrena en este Diario
Bibliotekario con mucha ilusión y mucho más respeto para relatar sus días de
convalecencia.
Mientras que
para el mundo apenas ha pasado un mes y medio desde que no me paseo por la
biblioteca, para mí han sido 49 largos días fuera de mi hábitat natural.
Alejada de tejuelos, de préstamos, de estanterías, del(mi) carro, de alumnos,
de compañeros… Cierto es que gracias a este Diario Bibliotekario (y al grupo de
Whatsapp con E. y con P., todo hay que decirlo) este obligado letargo ha
resultado algo más llevadero.
Pero hay
ciertas cosas en la vida que no se leen, se viven y se sienten, sin más (y que
me perdone el gremio, ¡por favor!). Véase la vida y milagros de nuestros
alumnos, los correveidiles del personal o las visitas agradables y, también,
las desagradables a nuestra biblioteca.
Y qué voy a
decir de los momentos que más unen a P., E. y S. He echado de menos las
reuniones improvisadas, estar en el nacimiento de algunos proyectos, que E.
recuerde a P. que nosotras no conocimos la televisión en blanco y negro (trato
de ser sutil, lo prometo), incluso que comamos bastoncillos de pan como si no
hubiera un mañana. Vamos, que el día a día sin P. y sin E., pues no es lo
mismo.
Ha estado
bien eso de leer hasta hartarme, de fundirme las dos primeras temporadas de
Cómo defender a un asesino en tiempo récord y de olvidarme de ciertas
responsabilidades laborales. Pero la vida no se detiene por nada ni por nadie.
Y no seré yo quien se pierda todo lo que está por venir. He vuelto y no pienso
volver a marcharme.
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