DÍA 3:
En cualquier biblioteca que se precie y mucho más en una escolar el trabajo "físico" es fundamental y nos ahorra mucho dinero en gimnasios y psicoterapeutas. Poner sillas, quitar sillas, poner mesas, quitar mesas... Colocar estanterías, cambiarlas de sitio, destacar libros, ordenar cómics... Parece que si nos estamos quietos el tiempo se detiene y nos come el polvo acumulado en los estantes.
Pero es que así es una biblioteca, un ser vivo, un organismo que respira, palpita, se estremece, se retuerce de dolor a veces, grita, susurra y nos sonríe. E. es una experta en desplazar el mobiliario en tiempos récord. Cuando esta mañana ha terminado el "acto por la paz" al que asistía con mis alumnos ya había re-colocado la BBLTK que había vuelto a su imagen habitual. De S. aprendí que las sillas son un elemento fundamental en la biblioteca, son algo así como el colesterol de nuestras arterias. Si no están bien colocadas y permanentemente ocupadas pueden provocar un colapso de abrigos, mochilas colgadas, niños y adultos que se cruzan. Pero si consigues convencer a los usuarios de que las dejen "bien puestas" tienes mucho ganado.
Nunca pensé que el trabajo de bibliotecario fuera tan enérgico. Al silencio de horas (más bien minutos) arrancadas a las actividades para poder leer le sigue el rugido de sillas y mesas arrastradas, cuadros, ilustraciones, pinturas, carteles, murales, ajedreces, juegos. Es el sonido de nuestro día a día. Es el resuello de un corredor cuando está a pleno rendimiento en la carrera. Es el sonido de la vida corriendo por las arterias, los pasillos, las venas, los estantes... nuestra casa.
S. no nos olvidamos. Cada vez que suena el timbre recordamos... ¡y dejad bien puestas las sillas!
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